miércoles, 16 de septiembre de 2009

Un verano distinto

Suena el despertador. Pancho tiene calor. Son las siete y media de la mañana y sabe que le queda un largo día por delante. En general se levanta a las ocho, pero hoy le toca preparar el desayuno. Tratando de no hacer ruido, hace equilibrio para pasar entre las bolsas de dormir de sus compañeros sin despertar a nadie.

Están en Mapú, un humilde barrio de Cipoletti. Él y otros veinte ex alumnos del colegio El Salvador van todos los veranos, pero no precisamente de vacaciones.

Francisco Álvarez tenía 17 años cuando fue por primera vez. El colegio los llevaba a ayudar a familias de pocos recursos a construir sus hogares. “Volví con el corazón lleno”, por eso cuando terminó la secundaria armó un voluntariado para exalumnos.

A las 9 de la mañana salen del colegio donde duermen y se dirigen a las casas en las que van a estar trabajando hasta que baje el sol. Pancho se encuentra con Ramona, quien ya empezó a poner ladrillos. Las mujeres son las albañiles porque los hombres tienen que salir a trabajar afuera. Son familias muy pobres que no tienen donde vivir. Pero saben que será por poco tiempo, porque la Asociación Civil Un techo para mi hermano les dio los materiales y cursos para aprender a construir sus propias viviendas. El voluntariado va a colaborar, “no vamos a regalar una casa, eso es lo que a mi me gusta. Hacemos todos juntos como pares, ellos están construyendo y vos los ayudás”.

A Pancho le llegaron a preguntar si era preso o si estaba haciendo tareas comunitarias, “es muy triste, pero la gente no podía creer que pendejos de acá, que no les falta nada, fueran a ayudar”. Les sorprendía que los chicos lo hicieran porque sí, porque tenían ganas. Después de una semana, les cuesta irse, pero lo hacen felices, “recibís un montón, mucho más de lo que das, en el momento pensás que podés cambiar el mundo”.